Kakuy. Leyenda

Entre los pobladores del monte santiagueño, desde los tiempos antiguos, existen creencias transmitidas oralmente, que reflejan sentimientos y costumbres de esos pueblos; son conceptos morales y sociales, que transmiten enseñanzas a través de personajes de la naturaleza, como aves, árboles y seres mitológicos, creados para proteger el equilibrio natural y evitar la destrucción desmedida de los recursos del medio ambiente y así preservar la forma de vida de los habitantes del lugar.

Estos seres mitológicos advierten, predicen, protegen y preservan de los posibles daños y peligros, para cuidar al monte y a sus habitantes.

Se crearon deidades que existen en el imaginario santiagueño y muchos dicen haber sentido su presencia; como Sachayoq, Mayup maman, Orqop maman y Qaparilo.

También se crearon historias sobre aves del monte, cuyos cantares inspiraron leyendas, como Ñan arqaq, Crespín y Kakuy, entre otros.

El Kakuy es un ave nocturna, con un canto que transmite pena y tristeza.

Se posa en los árboles más altos y allí se confunde como si fuera un tronco.

Cuentan los pobladores del monte santiagueño que, en épocas muy antiguas, dos hermanos vivían en medio del monte, en una casita rodeada de árboles, alejados de otra gente, ya que sus padres habían muerto.

Él trabajaba en el monte para lograr el sustento de ambos. Ella se quedaba en la casa, ociosa, criticando y maltratando a su hermano. Él procuraba que a ella no le faltara nada; le traía las algarrobas más grandes y los mistoles más dulces y las tunas más ricas. Todo esto lo hacía con gran esfuerzo; pero ella era indiferente y parecía gozar de las penas de su hermano.

Todo ello duró mucho tiempo, hasta que una tarde, muy cansado y con mucha sed, porque era época de sequía, él volvió a su casa con su mano ensangrentada, al rozar una planta llamada uturunqu waqachina, “el que hace llorar al tigre”.

Tan sediento y dolorido estaba, que le pidió a su hermana un poco de hidromiel para calmar la sed y agua para limpiar sus heridas.

La hermana, con desprecio, trajo ambas cosas, pero en vez de alcanzárselas, las derramó frente a él. El hermano se entristeció y quedó muy decepcionado; ya no esperaba nada de su hermana.

Al día siguiente le pidió que lo acompañara hasta un lugar cercano, donde había descubierto abundante miel, pues sabía que iba a aceptar, ya que a ella le gustaba mucho.

Pero esa invitación ocultaba su venganza.

Cuando llegaron hasta el árbol más alto del lugar, él le dijo que debían tener mucho cuidado para retirar la miel sin lastimar a las abejas. Preparó entonces una cuerda, donde subiría su hermana hasta lo más alto.

Para protegerla de las picaduras de las abejas, le pidió que se cubriera con una manta y le dijo que ella subiera adelante, mientras él cuidaría que no se cayera.

Cuando llegaron hasta la parte más alta, él comenzó a bajar otra vez sin hacer mucho ruido y fue cortando las ramas a medida que descendía. Quitó después la cuerda y se fue del lugar silenciosamente.

Ella quedó quieta y callada en lo alto por un buen rato, hasta que se animó a llamar a su hermano. Pero él no le respondió. Levantó la manta para mirar alrededor y se dio cuenta de que estaba allí sola, abandonada por su hermano y no podía bajar del árbol.

Al llegar la noche, porque no podía bajar por la falta de ramas y no se animaba a tirarse del árbol por miedo a lastimarse, entonces comprendió lo que había pasado. Se sintió muy sola y con el alma llena de remordimiento por haber maltratado siempre a su hermano.

De repente sus pies, cansados de aferrarse a la rama donde se apoyaba, comenzaron a transformarse en garras de ave. Comenzaron a crecerle plumas en el cuerpo, hasta que se cubrió por completo.

Desde entonces, sola y convertida en ave, vuela por las sombras del monte.

Así nació Kakuy, con ese grito de tristeza llamando a su hermano, que resuena en la oscuridad de las noches sobre los árboles del monte:

“Turay!, Turay!”…

 

 

 

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